CUANDO BAILAR ES TOCAR EL CIELO

by Paula Ramos

Madrid, 5 de noviembre de 2021

Bailar, decía Beth Jones, es «alcanzar una palabra que no existe, cantar una canción de mil generaciones, sentir el significado de un momento». En la madrileña escuela DNG, regentada por David Olea, lo saben bien. Por eso se rinden al baile como el religioso lo hace ante su dios: con una pasión y un deseo irrefrenables. 

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Los alumnos de la escuela durante una clase. (Fotografía: Paula Ramos)

Marcaban los calendarios el año 2008 cuando David Olea decidió dar un paso al frente y cumplir su sueño: montar su propia escuela de baile. No imaginó entonces que su humilde escuela de barrio llegaría a contar más de mil alumnos y a acumular cientos de trofeos de victorias en diversas competiciones. Es lo que sucede cuando el objetivo principal se sustenta en la pasión y no en el ansia de conseguir méritos o reconocimiento. «DNG surgió de la necesidad de acercar a gente con ganas de mostrar su arte», cuenta. También tuvo mucho que ver con la empatía y el compromiso. En un tiempo en el que las academias de baile se concebían con un elitismo que excluía de la actividad a aquellos que no tenían recursos económicos, lo de David fue un grito de justicia. Un mensaje claro: bailar no debe estar nunca ligado con el bolsillo. Por eso fue el primero en llamarlo «escuela» y no «academia» ni «gimnasio» y, también, el primero en adecuar las tarifas de las clases a cifras asumibles. 

Una escuela de barrio, modesta, pero con la misma calidad y profesionalidad que las demás. Bautizada por David como «La casa de tus sueños», tras darse cuenta de que su centro era, efectivamente, un lugar en el que la gente podía cumplir sus metas. Metas que no tienen necesariamente que ver con el éxito, ni con dedicarse al baile de manera profesional, sino con cosas tan simples y humanas como la realización y la superación personal. Uno en el que, a diferencia de otros muchos, no existen barreras etarias. «La edad siempre me ha parecido una excusa barata para poder catalogarte en algo», confiesa David. Por eso en su escuela hay lugar para todo aquel que así lo desee. «Cojo alumnos de los dos años a los ciento cincuenta», bromea. De lo último todavía no ha tenido, pero de lo segundo, sí. 

Placer y orgasmos coreográficos

A Trini (52) y a Mar (60) el baile les sedujo hace ya muchos años. Encontraron en DNG una escuela «comprometida con la ciudad» y con su pasión. Bailan por placer y por necesidad. Para pasárselo bien y, también, para desconectar del mundo. Mar confiesa tener «orgasmos coreográficos» al bailar. Es la evidencia del placer que obtiene cuando cruza la puerta y se deja llevar. «A mí solo me ha aportado cosas buenas», añade Trini. «Mucha alegría».

En DNG no solo se baila. Más que una escuela de baile es, de hecho, una especie de cuna de formación artística transversal. Para bailar hay que entender la música y la interpretación, y David se dio cuenta pronto. Por eso decidió comenzar a impartir ambas materias. «El buen bailarín es el que, cuando lo ves, escuchas la música, no el que se mueve con ella», explica.  

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Óscar Torres en una de sus clases. (Fotografía: Paula Ramos)

«Yo bailaba en los huevos de mi padre»

Para David, que se confiesa artista desde antes de nacer, pues ya bailaba, dice, en los huevos de su padre, el arte es «la máxima expresión de uno mismo y tiene como objetivo comunicar al otro lo que realmente le recorre a uno por dentro». Por eso hace lo que hace y por eso no concibe una vida sin baile. «La música y el baile son la melodía de mi día a día», añade. 

«Siempre he ido un poco al margen de la sociedad», advierte. David, que no recibió su primera clase de baile hasta el año 2008, cuando llevaba más de quince años como docente a sus espaldas. «Bailo, luego existo», emula a Descartes. Lleva el baile dentro las veinticuatro horas del día. La pasión no es un interruptor que se pueda encender y apagar, sino algo que arde dentro. David lo tiene. «De pequeño escuchaba cualquier música por la calle y me ponía a bailar».

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David Olea posa en una de las salas de su escuela. (Fotografía: Paula Ramos)

Han sido infinitas las alegrías que David ha celebrado en los casi trece años que DNG lleva en funcionamiento. La satisfacción personal de llevar a término algo propio nacido de cero es una de ellas. También lo es la oportunidad de ver crecer a tanta gente. No sólo a nivel técnico ni rítmico, sino personal. Y el placer de construir un refugio para cientos de cabezas. «Muchos de los que vienen se sienten como seres raros y, aquí es un sitio en donde se sienten acogidos porque encuentran a gente como ellos», apunta. «Bailar es la expresión en su máxima plenitud». 

«El baile mueve el mundo»

Óscar Torres, coreógrafo y profesor de la escuela, también lleva el baile en las venas. En realidad, todos los que acuden de manera asidua al número 30 de la alcorconera calle Cáceres, lo hacen. «Bailar es todo, mi forma de vida y de expresión, la forma de evadirme de mis problemas, de ser yo mismo», comenta Óscar. Para él es más gratificante enseñar que ser bailarín. Crear algo personal es, dice, muy satisfactorio. No busca, como otros en el mundillo, fama ni veneración. «El nombre y la fama la tienen los de siempre», espeta, «yo sé lo que he sido y lo que soy y las metas a las que quiero llegar». 

Hace poco publicó su primer trabajo audiovisual: Tied Up. Una pieza, en la que bailan once de sus alumnas, que triunfó en redes sociales. «Las niñas del vídeo son mi gran apoyo. Eso me dio pie a crear eso, por lo que me transmiten e inspiran», explica Óscar. Desde entonces, todas ellas son «las once». «Creo que no podría haber elegido a otras once», refleja. 

Lucía Arcos (13) y Alba Rodríguez (17), dos de las once protagonistas, confiesan sentirse muy orgullosas de haber participardo en el proyecto. Ambas bailan desde los tiempos en los que todavía podían contar sus años con los dedos de una mano. «El baile es una forma de vida», manifiestan. Al igual que David y Óscar, desechan la idea de la fama como motor de movimiento. «La fama no es lo importante», expone Lucía. «Lo importante es disfrutar el momento haciendo lo que nos gusta», refleja. Una afirmación que secunda Alba. «Lo haces para sentirte bien contigo misma y no por lo van a pensar los demás».

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De izquierda a derecha, Lucía Arcos, Óscar Torres y Alba Rodríguez. (Fotografía: Paula Ramos)

«La danza es la metáfora más bonita del mundo», dijo una vez la coreógrafa Kristy Nilsson. Por eso, el baile, al igual que el resto de las cosas que uno ama en este mundo, es algo difícil de definir. Lo es también para Lucía, Óscar y Alba. «No hay palabras», expone Lucía. «El baile es vida, lo es todo», remata Óscar.