VIAJE A LA LUZ DE LA NAVIDAD
- by Fernando Fraile
Cuento de Navidad: El Real Jardín Botánico abre sus puertas con una experiencia inmersiva cargada de color
Madrid, 11 de diciembre de 2020
La navidad ha vuelto sigilosa a vestir de colores las calles de Madrid despertando la ilusión también de aquellos que un día fueron niños. Concretamente, el Real Jardín Botánico se ha maquillado con casi un millón de luces para cumplir las tan altas expectativas de las personas que, tras el éxito del anterior año, esperaban ansiosas su cita con “Naturaleza encendida”.
Fotografía: Fernando Fraile / Infoactualidad
Desde la distancia se discernía el acompasado baile de los destellos que tímidamente trataban de camuflar las rejas del lugar. En la puerta, la inocencia y los nervios tiraban de las bufandas de los más pequeños haciéndoles incapaces de permanecer quietos. “Mira cuántas luces” susurraba tiernamente una niña agarrando la mano de su madre. En la otra, sus pequeños dedos sostenían firmes la entrada a un vibrante viaje que deseaba emprender.
“Es al aire libre y todos vamos con mascarilla, no creo que el virus sea un problema. Las niñas llevaban mucho tiempo esperándolo”, confesaba una madre orgullosa por poder ofrecerle a su familia el plan que tanto ansiaba.
Medidas sanitarias a un lado, el resplandor de las luces dominaba hegemónico la apacible escena. Las amarillentas luciérnagas de cristal recorrían obedientes la vegetación iluminando cada una de sus hojas, iluminando cada mirada de los congelados presentes. Entre las brillantes hileras de ámbar, se alzaban con semblante de autoridad los más vetustos del parque. Teñidos de un añil pavoroso, los árboles presidían el comienzo del camino a recordar.
Envidioso, un pasillo de luces led ostentaba codicioso cada gama de color imaginable embaucando arrogante los flashes de los curiosos. Entre sus iluminados pilares correteaban al ritmo de la música las cuatro estaciones: un tembloroso invierno que hacía retumbar a los altavoces con sus truenos, un soleado verano que bordaba de oro la iluminación, una alegre primavera decorada con los cantos de los pájaros y un melancólico otoño en el que se representaban sus lluvias.
Fotografía: Fernando Fraile / Infoactualidad
“Esto es precioso, gracias por traerme cariño”, confesaban sinceras las arrugas de una abuela a su hija. Ante ellas, una estampida de tonos verdes avanzaba apresurada entre sus pies. Sus pasos hacían que las diminutivas estrellas se desviasen fugaces para no toparse con sus zapatos. “Cuando paso las plantas también se encienden”, chillaba sorprendido un niño ante tal truco holográfico.
La armonía de la estampa era cuestionada por la sugerente danza del humo en un seductor espectáculo. El rojo de los focos envolvía al protagonista de carmín ante el atónito público que ovacionaba a la quimera. El viento indulgente permitió que el vapor se desplazara melódico por el ambiente haciendo que el reflejo escarlata de las luces suscitara el asombro ante la improvisada coreografía.
Tras recorrer un pasillo inundando por el centelleo dorado de los árboles de navidad, el sonido burbujeante de la fuente central daba la bienvenida a una nueva función. En esta, la música guiaba imperante a unos chorros enérgicos que emergían acompasados a su sonatina y a las luces que también parecían querer desembocar en el agua de aquel estanque.
Fotografía: Fernando Fraile / Infoactualidad
“Es el lugar perfecto para pasar tiempo con la familia. Todo tan colorido y bonito. Mis hijos se los están pasando en grande”, declaraba un padre mientras esbozada un sonrisa. “Venimos desde muy lejos, pero ha merecido la pena. Las luces son preciosas”, añadió cogiendo a su hijo en brazos.
A escasos metros, las luces que reflectaba una bola de discoteca se divertían saltando entre los frondosos robles. Las ramas observaban silenciosas cómo el brillo del diamante desalojaba la tenue oscuridad de la noche con su frenético zigzagueo. Como abejas de ensueño, las luces indagaban curiosas por cualquier rincón del bosque dejando a su paso un amarillento rastro de néctar.
Las resplandecientes estatuas de renos parecían despedir con su esbelto escorzo la visita de los ya no tan congelados curiosos. Sus brillantes atuendos marcaban la senda a seguir para completar un viaje que se escapaba entre las últimas miradas de ilusión.
Los focos verdes vestían a las sombras de los árboles con sus mejores ropajes para despedir entre tonos turquesas a los pocos afortunados de disfrutar el paseo. Sus ramas se alargaban afectuosas por la escena para agarrar el gorro de aquel niño inocente que no paró de sonreír, aquel niño que no volverá hasta dentro de un año cuando la navidad vuelva a decorar Madrid con su magia.
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