TRUMP CONDENA A MUERTE AL OBAMACARE
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TRUMP CONDENA A MUERTE AL OBAMACARE
FELIPE MANCHÓN CAMPILLO
Billy Kimmel tiene tres días de vida. Conseguirá llegar a los cuatro días y a muchos más gracias a una intervención coronaria de urgencia que resolvió un grave problema de salud que ponía en serio peligro su frágil existencia. Billy nació con una cardiopatía congénita denominada Tetralogía de Fallot, por la que la sangre arterial y la sangre venosa se mezclan. Si hubiese nacido antes de 2014, su futuro habría dependido del seguro médico de sus padres. Sin embargo, ha tenido la suerte de venir al mundo en 2017, cuando el Obamacare, el sistema de salud pública puesto en marcha por el expresidente de los Estados Unidos, continúa vigente. Un sistema que ha salvado la vida a Billy y que hoy, el presidente Donald Trump y su gobierno han comenzado a tirar abajo en la Cámara de Representantes.
Ha querido la fortuna que este caso se haya producido apenas unos días antes del voto definitivo en el Congreso estadounidense que puede acabar con el programa sanitario actualmente vigente. El padre del pequeño, el humorista Jimmy Kimmel, habló en directo en su programa de máxima audiencia sobre esta difícil experiencia. Visiblemente emocionado, el presentador declaró que ningún padre debía tener que decidir si podía permitirse el lujo de salvar la vida de su hijo, y criticó los esfuerzos de la administración Trump por eliminar este programa. “Si tu bebé va a morir y no tiene por qué ser así, no debe importar cuánto dinero ganas” sentenció Kimmel. Su testimonio rompió moldes, e incluso el propio Barack Obama realizó un tweet aplaudiendo las palabras del humorista y afirmando que ése era el motivo por el que el programa no debía desaparecer.
El tweet de Barack Obama sobre las palabras de Jimmy Kimmel
El anterior inquilino de la Casa Blanca, por tanto, se solidarizó con este caso. Sin embargo, el actual inquilino de la Casa Blanca, no ha reaccionado asíy continúa con su plan de deshacer el Obamacare. El programa de salud puesto en marcha por Barack Obama tras largos años de negociaciones y presiones ha sido uno de los principales enemigos de Donald Trump, tanto durante la campaña presidencial como ya en el poder. Una de las prioridades de los primeros días del magnate en la Casa Blanca era elaborar un proyecto de ley que pasó a conocerse como Trumpcare, y que suponía que 14 millones de personas se quedarían sin cobertura sanitaria.
En marzo, apenas dos meses después de llegar a la presidencia, los republicanos tuvieron que retirar esta propuesta de ley de la Cámara de Representantes al no contar con suficientes votos para aprobarla. Los demócratas, y el conjunto de personas que defendían el anterior proyecto, aplaudieron el fracaso. Sin embargo, los republicanos han vuelto a la carga, y hoy presentan para su aprobación un nuevo proyecto de ley que se asemeja mucho al anterior, y que esta vez sí ha sido aprobado. El Obamacare lucha por tanto por su vida.
El sistema sanitario estadounidense antes del Obamacare provocaba que muchas personas no pudiesen pagarse un seguro de salud, y por tanto, que tuvieran problemas a la hora de buscar una curación para cualquier dolencia. Se llegaban a dar casos en que la falta de dinero para pagar un seguro era una auténtica sentencia de muerte. Muchas personas se quedaban por el camino, porque no podían acudir a un médico. Barak Obama consideró que esta situación era simplemente insostenible.
La nueva ley se encuadró dentro de las medidas vigentes para las ayudas económicas a las personas más desfavorecidas. Las dos principales, Medicare y Medicaid, fueron puestas en marcha por la administración de John Fitzgerald Kennedy, aunque las aprobó su sucesor, Lyndon Baines Johnson. Ponían el foco en las personas mayores, en situación económica más débil durante los años 60. Estas medidas siguen en marcha, y fueron reforzadas por el Obamacare.
En los siete años en que ha estado vigente, el Obamacare ha supuesto una tabla de salvación inesperada para personas que de otra forma habrían tenido muchas dificultades para pagar un seguro de salud. Paul Krugman constataba en un artículo de 2013 que el programa había supuesto un mayor éxito del que se suponía, ya que ha reducido los sobrecostes en todos los estratos que componen el sistema sanitario norteamericano y ha dado nuevas esperanzas a muchos. Tiene razón Obama al estar muy orgulloso de lo conseguido.
Los republicanos se opusieron, por “inconstitucional”
La historia política de los Estados Unidos durante el último siglo muestra innegablemente que el Partido Demócrata ha construido herramientas para ayudar a los más desfavorecidos a pagar por su salud, y que éstas han sido derribadas sin remisión por el Partido Republicano, partidario del anterior sistema, que blinda a los más ricos, y que deja a los más desfavorecidos en una situación de pobreza y necesidad. Sin embargo, durante la década de los 80, y posteriormente en la de los 90, la posición del GOP (Grand Old Party, el apodo del Partido Republicano) fue suavizándose hacia posturas más moderadas, llegándose a registrar propuestas en este sentido, como la ley alternativa a la reforma sanitaria de Bill Clinton que los republicanos presentaron en 1993 y que preveía una cobertura sanitaria universal.
Sin embargo, la actitud cambió radicalmente en cuanto Barack Obama y los legisladores demócratas presentaron el proyecto de reforma sanitaria en 2009. Republicanos dentro y fuera de las cámaras criticaron ferozmente las intenciones del presidente, y llegaron a afirmar que se trataba de una medida inconstitucional. El periodista Michael Cooper escribió entonces en el “New York Times” que el proyecto de ley tenía raíces conservadoras. La intención inicial de los demócratas era conseguir que la reforma sanitaria tuviese un carácter bipartidista, sin embargo, muy pronto se dieron cuenta de que no sería nada fácil aprobarla.
La oposición parlamentaria al proyecto se trasladó a la calle, con las movilizaciones convocadas en todo el país por el Tea Party y organizaciones conservadoras contrarias a la sanidad universal. La situación empezaba a complicarse, llegándose a registrar amenazas a los miembros del Congreso que apoyaban los planes de Obama. Fue por ello que el presidente decidió tomar cartas en el asunto. En septiembre de 2009, se dirigió a ambas cámaras del Congreso, utilizando las palabras de uno de los principales partidarios de la ley, el senador Ted Kennedy, que había fallecido el mes anterior, y que afirmaba que la reforma sanitaria implicaba no solamente detalles políticos, sino principios fundamentales de la justicia social y el carácter del país.
(RRSS). Barack Obama, en su discurso en el Capitolio el 9 de septiembre de 2009
Filibusterismo, contra la sanidad universal
La maniobra del presidente Obama tuvo éxito, ya que, en noviembre, un año después de su elección, la Cámara de Representantes aprobó por un margen de 5 votos la reforma sanitaria, y la envió al Senado. Los demócratas tenían al inicio de la legislatura 21 escaños más que los republicanos en la cámara alta, lo que suponía que podían acabar con el filibusterismo, una estrategia propia del Senado norteamericano que dilata sine die el debate sobre una ley. Sin embargo, en enero de 2010, el republicano Scott Brown fue elegido senador por Massachusetts, eliminando la posible ventaja demócrata y aumentando las esperanzas de los republicanos más conservadores de que Obama se vería obligado a retirar la ley o a suavizarla, como sugirieron algunos demócratas.
No hizo falta, y tras varios conatos de rebelión interna, el Senado aprobó finalmente la ley en marzo de 2010. La mayoría fue exigua pero suficiente: 219 votos a favor por 212 en contra, de los cuales 34 fueron de demócratas que no estaban de acuerdo con el Obamacare, como ya se conocía al proyecto. Barack Obama se apuntó un gran tanto, consiguiendo que la ley en la que había trabajado tanto tiempo fuera aprobada, y los republicanos lamentaron que así fuera, aunque lejos estaba cualquier posible concesión al presidente ante esta situación.
La oposición republicana continuó enfrentándose a la reforma sanitaria, y muchos gobernadores de ese partido decidieron no aplicarla en sus estados. La promesa de todos los candidatos a las primarias republicanas de 2012 fue la eliminación del Obamacare y su sustitución por otro modelo. El candidato a las presidenciales de ese año fue Mitt Romney, uno de los miembros del Partido Republicano más moderados en materia sanitaria, y que en su mandato como gobernador de Massachusetts consiguió que el 98% de los habitantes de ese estado estuvieran asegurados. Finalmente, Obama derrotó a Romney, y eliminó la posibilidad de que éste aplicase una reforma sanitaria diferente. Los republicanos, sin embargo, no se rendirían.
Trump al ataque
El segundo mandato de Barack Obama no fue más tranquilo en materia sanitaria, con el Partido Republicano en pie de guerra, y más desde que en las midterms de 2014 ganaron el control de las dos cámaras del Congreso. Las primarias para elegir al candidato de cara a las presidenciales de 2016 presentaban un escenario bronco, y parecían un combate por elegir al postulante más extremista. Fue en ese contexto en el que surgió Donald Trump como inesperado favorito, con un discurso conocido por todos por su extremismo y falta de complejos, y en el que no faltaron las alusiones al Obamacare. A medida que iba ganando las primarias y se iba haciendo fuerte, el magnate colocaba cada vez más a la reforma sanitaria de Obama en su diana.
Donald Trump hizo las delicias del ala más dura de su partido cuando presentó su propia versión de reforma sanitaria, que reducía las ayudas económicas a los más desfavorecidos, y sobre todo, eliminaba completamente la financiación pública a Planificación Familiar, a la que el entonces candidato acusaba de facilitar los abortos de las mujeres. Esto provocó una reacción furibunda de grupos de mujeres, que llamaron a evitar su victoria en las presidenciales. Ante esto, el magnate no dudó en atacarlas, y siguió afirmando que el plan de Obama era un desastre que no era sostenible financieramente, y que solamente él podría solucionar.
Cuando, ante la sorpresa de todos, Trump ganó las presidenciales, insistió en su decisión de desarticular los fundamentos de la administración Obama, empezando por la reforma sanitaria. En marzo de 2017, tras varias semanas de negociación con su equipo, el presidente registró en la Cámara de Representantes su proyecto de ley, aunque sin pasar por la Oficina Presupuestaria del Congreso, un requerimiento previo. La reforma, defendida por sus promotores como una ley que iba a ahorrar millones al contribuyente cada año, pasó todos los controles de los comités de la Cámara de Representantes, y el debate para su votación quedó fijado para el 24 de marzo. Los republicanos parecían por fin salirse con la suya.
Pero algo ocurrió que cambió todas las previsiones. Apenas unas horas antes de que la votación tuviera lugar, el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, informó a Trump de que les faltaban votos para aprobar el proyecto. Por tanto, no quedaba otra que desconvocar la votación. El equipo de Trump echó la culpa a Ryan, que se dispuso a aceptar este papel para evitar molestar al presidente. Pero lo cierto es que éste había tenido más culpa de lo que él mismo reconocía, al no ser capaz de resolver las disensiones internas existentes en las filas republicanas. En palabras de Anthony Zurcher, periodista de la BBC, “los moderados están molestos porque la legislación propuesta recorta demasiado la cobertura sanitaria. Los de la línea dura están enfadados porque los recortes no son lo suficientemente radicales”. Por tanto, nada era como parecía, y Trump, que había asegurado que en su presidencia solamente obtendría victorias, cosechaba una amarga derrota en sus primeros 100 días de gobierno.
(RRSS). El presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan
Esto, por supuesto, no desanimó al presidente, que se puso manos a la obra para desencallar la ley, no sin antes reprender a los compañeros de fila que habían hecho fracasar su primer proyecto. En esta nueva negociación, Trump se encontró con que algunos de los legisladores republicanos apoyaban algunas previsiones del Obamacare, como la ayuda para que los enfermos con condiciones preexistentes puedan contratar un seguro. Para evitar nuevas disensiones y nuevas derrotas, el presidente ha dotado al proyecto de ley de 8.000 millones de dólares más. El líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, aseguraba recientemente que por fin cuentan con los votos necesarios, y por ello, la ley sería aprobada.
Sin embargo, pese a que la reforma sanitaria de Trump ha superado el primer escollo, la situación está lejos de estar terminada. La Cámara de Representantes de EE.UU. logró aprobar ayer, día 4 de Mayo, el proyecto de ley con el que pretende derogar el Obamacare. 217 votos a favor y 212 en contra, ese fue el ajustado resultado obtenido. Aún deberá ser aprobado por el Senado, algo que no tienen claro las filas conservadoras, ya que la mayoría republicana se reduce a seis senadores, lo que les obligará a negociar con los demócratas para la aprobación de la ley, ante la posibilidad de que éstos bloqueen el debate indefinidamente. Esto puede suponer que la ley se suavice. El Obamacare puede quedar herido de muerte, pero el Trumpcare no quedará instituido, al menos de momento.
Defender lo indefendible
Las cifras no engañan. La Oficina Presupuestaria del Congreso aproximó en marzo que el nuevo modelo sanitario impulsado por Donald Trump dejará sin cobertura a 14 millones de personas únicamente en 2018, y que esta cifra aumentaría a 24 millones en el futuro inmediato. El Trumpcare defiende la reducción de los impuestos a los más ricos, y el restablecimiento de algunas de las condiciones existentes antes del Obamacare. Con esta ley pretende Trump ganarse a los norteamericanos, pero será difícilmente aceptable por las capas populares del país.
El debate se pone de nuevo sobre la mesa en Estados Unidos, donde la Seguridad Social, completamente implantada en los países europeos, avanza a paso de tortuga con los años. La oposición inicial que recibió el Obamacare, justificada por cuestiones políticas, se ha reducido, y hoy muchos votantes republicanos aceptan el hecho de que ha mejorado la calidad de vida de muchos. Fue el caso de Jeff Jeans, simpatizante conservador durante toda su vida, al que le fue diagnosticado un cáncer con un pronóstico de supervivencia de apenas 6 semanas y que consiguió recuperarse gracias al Obamacare.
(RRSS). Manifestantes partidarios del Obamacare defienden el programa
El cine ha mostrado las dos caras de la moneda. En 1997, se presentó la película “Mejor Imposible”, por la que sus protagonistas, Jack Nicholson y Helen Hunt, ganaron sendos premios Oscar. El personaje de Hunt, una camarera llamada Carol, tenía un hijo, Spencer, con una enfermedad pulmonar crónica, asma, que le hacía prácticamente imposible llevar una vida normal. Sin embargo, si Spencer hubiera dispuesto de un medicamento específico para su dolencia, el Singulair, disponible en España desde hacía varios años, su existencia diaria hubiera sido mucho más fácil. Unos años después, Jason Reitman firmó un film excepcional, “Gracias por fumar”, en el que presentaba a un lobista de la industria del tabaco, protagonizado por Aaron Eckhart, y su combate por lavar la imagen de la misma. En este caso, se presenta la realidad de intentar vender un hábito que causa miles de muertes al año en todo el mundo.
La razón por la cual el Trumpcare no salió adelante en la primera votación se debió únicamente a que los republicanos no estuvieron completamente unidos tras este proyecto. Algunos creían que el proyecto se quedaba corto, y otros que iba demasiado lejos. En todo caso, la ley propuesta por Donald Trump representa la visión más extrema del Partido Republicano. Legisla ideológicamente sobre una materia muy sensible en la que está en juego la vida de personas a lo largo del país, y se enfrenta a un apoyo inicial de un 17%, con una oposición que la combatirá desde el primer momento. Parece bastante difícil que se cumpla la previsión de algunos republicanos de que la nueva ley sería mejor y abarcaría más que la reforma sanitaria de Obama.
Constataba Jimmy Kimmel en su emocionado discurso que cuando la salud de un hijo está en juego, no hay equipos, porque le puede pasar a cualquiera, vote demócrata o republicano. Esto debería hacer reflexionar tanto a Donald Trump como a los legisladores republicanos que hoy han aprobado la reforma sanitaria del presidente, y llevarles a hacerse la pregunta de si derogar una ley que funciona únicamente por motivos políticos está justificado.
Al final de la sesión, los congresistas republicanos celebraron con cervezas el triunfo en la votación. Ninguno de ellos tendrá nunca problema para pagar un seguro de salud que pueda cubrir cualquier dolencia que puedan sufrir durante su vida. El problema lo tienen las personas que hoy están más cerca de perder la posibilidad de permitirse una sanidad decente. Hombres y mujeres con nombres y apellidos a los cuales el Obamacare ha ayudado infinitamente durante los últimos años, y que se encontrarán en dificultades si el Trumpcare entra en vigor, algo que hoy está mucho más cerca que ayer.
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