EL ERDOGANISMO DIVIDE TURQUÍA
EL ERDOGANISMO DIVIDE TURQUÍA
FELIPE MANCHÓN CAMPILLO
El 15 de julio de 2016, ocurrió algo histórico. Después de que el intento de golpe de Estado de varios sectores del Ejército turco contra la política de Recep Tayyip Erdoğan fracasase, y de que el presidente prometiese venganza y dureza contra aquellos que habían intentado deponerle, en muchas partes del mundo se descubrió que en Turquía había un régimen autoritario, y que Erdoğan tenía poco de líder democrático. La represión a la disidencia, la detención de líderes opositores, la purga de colectivos a los que se acusa de haber participado en el intento de golpe de Estado de julio de 2016, y las reformas legales para perpetuar el poder del Partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP), la formación del presidente, son el pan de cada día en un país que hace una década parecía encaminado a ingresar en la Unión Europea, pero que en este momento se enfrenta a una fractura democrática y social, con una mitad del país que apoya a Erdoğan, y otra mitad que está en su contra y que sufre las consecuencias de su oposición.
El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan (FOTO: Twitter)
Dos caras de una misma moneda
El cordón sanitario que la Unión Europea y demás organizaciones internacionales parecen haber desplegado en lo relativo a sus relaciones con Turquía vino precedido del mayor periodo de acercamiento entre las partes en décadas. Fue la necesidad de la Unión Europea la que provocó que se retomasen las negociaciones con el Gobierno de Erdoğan. El volumen de migrantes que llegaba diariamente a Grecia, un país cuyo sistema de asilo no está preparado para la actual situación, y que está al borde de su capacidad de acogida, suponía un importante contratiempo que preocupaba en Bruselas. La solución pasó por un acuerdo que implicaba que todos los migrantes que entrasen a Europa ilegalmente por Grecia serían trasladados casi inmediatamente a Turquía.
Para que aceptasen este pacto, al Gobierno de Ankara se le ofrecieron jugosas contrapartidas, como una subvención de 6.000 millones de euros para reformar su sistema de asilo, la eliminación de visados de viaje para que sus ciudadanos pudieran moverse libremente, y, sobre todo, el deshielo de las negociaciones para la entrada turca a la Unión Europea, una vieja reivindicación de una parte de la política turca. Erdoğan siempre se había movido entre grises, consciente de los beneficios que podría traer a su país esta membresía, pero teniendo también en cuenta el importante apoyo que algunos de los sectores más nacionalistas del país, que no ven con muy buenos ojos el acercamiento con Europa, le prestaban, pero, en este caso, decidió optar por aceptar esta oferta, aunque fuera temporalmente y bajo condiciones muy claras.
Desde algunos foros, se criticó abiertamente la firma de este acuerdo, tanto en forma y fondo, entendiéndose que mediante él se consideraría a Turquía país seguro para la recepción de migrantes, y el país otomano no cumple las condiciones para ello. Al mismo tiempo, también se cuestionó la conveniencia de que un país con una composición social tan heterogénea entrase a formar parte de la Unión Europea. Bruselas hizo oídos sordos a todas las críticas, y cerró los ojos ante las vulneraciones de derechos en Turquía, blindando de esta manera el acuerdo. No fueron conscientes los altos cargos comunitarios que esta decisión colocaba a Erdoğan en una posición de fuerza, y que, en cuanto dejase de encontrar ventajoso el acuerdo, dejaría de cumplirlo, y esto dejaría a la Unión Europea con una situación muy difícil.
Más de un año después de la firma cuasi clandestina de este acuerdo, la situación política y social en Turquía ha degenerado enormemente, y desde la Unión Europea, el problema se mira de reojo, aunque con algún pero. El intento de golpe de Estado de julio de 2016 fue el comienzo de una represión gubernamental nunca vista. Lejos de alejarse de Ankara, y temerosos de las consecuencias que podrían traer en un plano y en otro un cierre de filas proteccionista por parte del Gobierno de Erdoğan, la Unión Europea y la OTAN viajaron a Ankara para apoyar al presidente turco después de la intentona golpista. Mientras, el Estado turco seguía reprimiendo a los opositores e imponiendo la ley marcial en todo el territorio, así como amenazando con restaurar la pena de muerte, que lleva años abolida en ese país.
De mesías a sultán En los casi 100 años de historia de la República de Turquía, ha habido dos figuras históricas. El primero fue Mustafá Kemal Atatürk, el fundador del nuevo país, y el que acabó con el viejo Imperio Otomano, convirtiéndolo en un Estado laico y moderno. Desde su prematura muerte, en 1938, todas las políticas llevadas a cabo por los sucesivos mandatarios siguieron su estilo, el kemalismo. El segundo es Recep Tayyip Erdoğan, líder del AKP, un partido conservador islamista, que llegó al poder en 2003. Erdoğan se apresuró a presentarse como un político pro-occidental, que tenía como modelo a la CDU alemana, y que, por tanto, no era un peligro como algunos temían. Los ánimos se calmaron, y desde algunos sectores se afirmó que el primer ministro turco sería el mandatario que metería a su país en la Unión Europea. Nada más lejos de la realidad. A medida que el AKP fue ganando apoyo social, y venciendo una elección tras otra, el primer ministro se fue quitando la careta, y abrazando ideologías ultranacionalistas que defendían que Turquía era lo suficientemente fuerte como para subsistir sin apoyos externos. Su principal ventaja a la hora de defender estas políticas era que no interfería en los intereses europeos, por tanto, su camino hacia un perfil autocrático pasó desapercibido. En 2010, reformó la Constitución para aumentar su poder y quitárselo a los militares. Al contrario que en muchos países, el Ejército turco es en su mayoría progresista, y desde un primer momento se opuso al poder absoluto de Erdoğan. Este comportamiento se ha reproducido en muchos momentos de la carrera política del presidente, y muestra que no olvida a sus enemigos ni les perdona. El siguiente paso en su camino hacia la conquista del mando total se produjo en 2015, con su elección como presidente de la República Turca, un cargo meramente simbólico, pero que desde hace dos años experimenta profundas reformas para cambiar los roles, ya que el poder lo tiene el primer ministro. En estos dos años, Erdoğan ha tenido dos primeros ministros, Ahmet Davutoğlu y Binali Yıldırım, dos líderes títere a los que no les importa que su cargo se esté quedando vacío de funciones, mientras avanza en las reformas que, según algunos medios turcos, culminarán con la eliminación del puesto de primer ministro, el eslabón débil de la cadena de poder de Recep Tayyip Erdoğan. A Erdoğan no parece importarle que cada vez más países vean con resquemor su presencia en el poder, principalmente porque es consciente de que mientras la principal base de misiles de la OTAN esté en Turquía y mientras la crisis migratoria en Europa no remita, jamás se cortarán los lazos del todo. Por si acaso, poco después del golpe intensificó su relación con Rusia, y llegó a entrevistarse con Vladimir Putin en Moscú, en lo que fue también un mensaje a sus críticos. Erdoğan llegó al poder alabado como el mesías moderado que debía llevar a su país a la modernidad. Los años, sin embargo, le han convertido en el mandatario con más poder absoluto de las últimas décadas del país. El nuevo sultán del Imperio Otomano. |
El estallido del parque Gezi
El acontecimiento que provocó que gran parte de la opinión pública internacional cambiara su visión sobre Recep Tayyip Erdoğan se produjo en mayo de 2013. El Gobierno turco había aprobado una polémica obra que consistiría en derruir el parque Gezi, en el barrio de Pera, en Estambul, y convertirlo en un enorme centro comercial y una zona residencial. Esto generó una movilización ciudadana, y comenzaron manifestaciones en contra de esta obra. Sin embargo, esas manifestaciones pronto derivaron en una expresión multitudinaria del descontento político con Erdoğan.
Las protestas en el parque Gezi de Estambul (FOTO: Twitter)
Como siempre pasa con las revueltas ciudadanas, el entonces primer ministro reaccionó con retraso a las protestas, que ya en aquel momento se habían convertido en una serie de manifestaciones ciudadanas que cuestionaban las políticas del mandatario, a quien se acusaba de censurar la prensa, de ir contra sus opositores de forma contundente, y de autoritarismo. Las revueltas, por su parte, siguieron ganando adeptos, y se convirtió en la muestra más clara de que la oposición a Erdoğan era cada vez más amplia. Algunos compararon las protestas del parque Gezi con las primaveras árabes, y alabaron su carácter transversal, puesto que unió a la izquierda turca con algunas organizaciones conservadoras lejos de Erdoğan.
La mecha prendió en toda Turquía, y las principales ciudades del país se unieron a Estambul. Lejos de buscar la negociación con ellos, el Gobierno de Ankara tiró de represión, cargando a los manifestantes con gas pimienta y agua a presión. Hubo más de 30 muertos y cerca de 1.500 heridos. Las movilizaciones concluyeron, y el Gobierno de Ankara creyó apuntarse un tanto con ello. Sin embargo, el descontento con el presidente Erdoğan ya estaba sembrado. Los pasos que el primer ministro había dado en años anteriores, y el resultado de sus políticas, estaban provocando una encendida reacción ciudadana que se mantendría con el paso de los años.
En guerra con el terrorismo y con los kurdos
Uno de los principales problemas que tiene en este momento la Turquía de Erdoğan es el terrorismo. Desde 2015, ha habido 16 atentados mortales en el país. La particularidad de este terrorismo es que tiene un doble origen. Por una parte, está el terrorismo islamista, que ha golpeado sobre todo zonas comerciales y turísticas. En enero de 2016, se produjo un ataque suicida en el Hipódromo de Estambul, una zona muy transitada entre Santa Sofía y la Mezquita Azul. Dos meses después, el atentado se produjo en la principal calle comercial de la ciudad, la avenida Istiklal. Entre ambos ataques, murieron cerca de 50 personas.
Por otra parte, está el terrorismo kurdo, impulsado por el brazo armado del Partido de Trabajadores del Kurdistán (PKK). La particularidad de estos ataques es que se dirigen contra elementos clave del Estado turco, y no contra la ciudadanía ni contra el turismo. Es una guerra abierta entre el Estado y los kurdos, con muertos a un lado y otro que en muchos casos son resultado de los choques en la zona de Turquía en que hay una importante minoría kurda.
El problema kurdo lleva activo desde 1978, y ha pasado por varias etapas. La última comenzó en 1998, con la detención del mítico líder del PKK, Abdullah Öcalan, que trajo como resultado un ataque terrorista un mes después en Estambul que fue reivindicado por los kurdos. La llegada de Recep Tayyip Erdoğan en el poder trajo un aumento de las hostilidades contra los kurdos. En julio de 2015, y rompiendo la tregua vigente, Ankara ordenó una operación militar contra posiciones kurdas, que fue seguido por amplias redadas policiales contra miembros del PKK. Actualmente existen dos posturas dentro del movimiento kurdo. Por una parte, algunos de sus miembros defienden mantener la tensión con el Gobierno de Erdoğan, negándose a concederles la victoria. Otro sector, liderado por Öcalan, en una cárcel en la isla de İmralı desde hace 19 años, opta por buscar una solución política al problema.
A nivel nacional, existe precisamente un partido político que defiende posturas nacionalistas kurdas desde la izquierda. Se trata del Partido Popular Democrático (HDP), una formación que mantiene relaciones fluidas con el PKK, lo que ha servido al AKP como razón suficiente para pedir que el HDP no tenga representación parlamentaria. En su lucha contra todos los partidos políticos que no sean cercanos a él, Erdoğan ordenó el 4 de noviembre del año pasado la detención de varios líderes del HDP, entre ellos uno de sus presidentes, Selahattin Demirtaş, por unas declaraciones que supuestamente injuriaban al presidente turco. En enero de 2017, la fiscalía anunció que pediría 142 años de prisión para Demirtaş, que, casi un año después, sigue en prisión sin que se atisbe su liberación.
Cartel del HDP que pide la liberación de Selahattin Demirtaş (FOTO: Twitter)
Golpe, purga y reforma Todo ocurrió el 15 de julio de 2016. Ese día, y por sorpresa, una facción del Ejército turco se levantó contra el Gobierno de Erdoğan en cinco puntos del país. Al frente de este intento de golpe de Estado, estaba el general Akın Öztürk, miembro de la Fuerza Aérea. El caos se apoderó de Turquía, ante informaciones cruzadas que afirmaban que los golpistas habían tomado el poder y que Erdoğan estaba buscando asilo en otro país, y también todo lo contrario. Se produjeron bombardeos que afectaron al Parlamento turco y al Palacio Presidencial del presidente turco en Ankara, y se tomó el edificio de la televisión pública del país. Sin embargo, finalmente el golpe fracasó, en gran parte por la llamada del presidente Erdoğan al pueblo para que lo detuviera en la calle. Recep Tayyip Erdoğan regresó de madrugada a Estambul, y en un discurso en el aeropuerto Atatürk, dejó claro que no tendría piedad con los golpistas. Dicho y hecho. Inmediatamente después del intento de golpe, empezaron las purgas del Gobierno de Erdoğan contra miembros del Ejército, de la Justicia y de los medios de comunicación, así como civiles. El Gobierno dirigió su furia contra Fethullah Gülen, un clérigo viejo aliado de Erdoğan al que acusaron de organizar el golpe desde Estados Unidos, donde reside. Muchos contrarios al presidente le acusaron de que ya tenía preparada la lista de purgas en la administración de justicia antes del golpe, y que utilizó esta circunstancia como pretexto para aplicar una durísima represión. Las cifras de las purgas, que siguen en activo, han llegado hasta 160.000 personas detenidas, y muchas más han sido puestas en el punto de mira, entre ellos el exfutbolista internacional Hakan Sükür, que llegó a ser diputado del partido de Erdoğan, pero que también es partidario de Gülen, y que por tanto perdió el favor del presidente y de los suyos. Mediante el estado de emergencia que el Gobierno de Ankara declaró en el momento mismo del golpe y que se ha prorrogado indefinidamente desde entonces, el presidente Erdoğan ha ido atando los cabos sueltos, y dirigiéndose con más virulencia que nunca a los colectivos contrarios a él. Uno de sus objetivos siempre ha sido la prensa, y en 2016, el ataque se recrudeció. Cumhuriyet, uno de los principales periódicos de Turquía, con una línea editorial cercana al principal partido de la oposición, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), ha sido seriamente golpeado, con el encarcelamiento de sus principales cargos y trabajadores, pero aun así, sigue en activo. La reforma constitucional votada el pasado 16 de abril cerró el círculo. Muchas de las políticas autoritarias llevadas a cabo por el presidente se recogieron en la nueva redacción del texto, que aumentaba el poder de Erdoğan, convirtiéndole simultáneamente en jefe del Estado y jefe del Gobierno, y vaciaba de facto el Parlamento de competencias. La campaña fue tensa, con un incidente diplomático con Holanda ante las dificultades que el Gobierno neerlandés puso a que se celebrasen actos políticos para los turcos emigrados en ese país. Erdoğan consiguió aprobar la Constitución por muchísima menos ventaja de lo esperado, menos de 3 puntos, y con una importante derrota en los principales núcleos urbanos del país, principalmente en Izmir, que rechazó la nueva Carta Magna por más de 35 puntos porcentuales. |
La incertidumbre planea sobre el antiguo Imperio
Skyline de Estambul (FOTO: Twitter)
Estambul es una de las ciudades más culturalmente plurales de todo el mundo. En su historia, se mezclan las raíces del Imperio Otomano y de los grandes sultanes con ecos de otras culturas, como la romana o la napolitana. El Bósforo y el mar de Mármara separan el lado europeo del asiático. Algunas de las mezquitas más hermosas del mundo, como Santa Sofía o Süleymaniye, se encuentran en él, y también rincones mágicos como el Gran Bazar o el barrio de Gálata. En una de sus colinas más altas, se encuentra el majestuoso palacio de Topkapi, antigua residencia imperial, y uno de los testimonios inmortales del antiguo poder omnímodo del sultán. Se trata de una ciudad que brilla con luz propia.
El resto del país, sin embargo, parece sumergido en las tinieblas, y su futuro es incierto. El profesor universitario turco Burak Kadercan escribió en abril un artículo en el que mostraba su absoluta convicción de que, a pesar de haber ganado el referéndum constitucional, el poder de Recep Tayyip Erdoğan podría entrar en barrena, y afirmó que en los próximos años, el presidente tendrá que hacer frente a problemas como la división de la sociedad turca, la fractura del Ejército, la gestión de la crisis migratoria, o la guerra contra los kurdos. Kadercan comparaba a Erdoğan con Maquiavelo, y afirmaba que el castillo de naipes que este ha construido para sustentar su poder podría ser bastante más frágil de lo que él mismo cree.
El presidente ha ido modelando el Estado a su imagen y semejanza, como ya hiciera hace casi un siglo Atatürk. La diferencia entre ambos modelos, sin embargo, es que, mientras el líder nacionalista turco creó un país moderno, laico e inclusivo, Erdoğan ha basado su reforma en la exclusión de todos los que piensan diferente a él, un colectivo cada vez más amplio, y en un profundo sentimiento confesional, que ha provocado una reislamización de la sociedad turca. Las reformas aplicadas por el Gobierno para quitar toda la protección a los diputados opositores, que de esta manera podrían ser detenidos, o para controlar los medios, quedando ya muy pocos que no compartan una línea editorial acrítica con la gestión de Ankara, han sido permitidas por los organismos internacionales que no solo no han intervenido para detenerlas, sino que además han premiado a Erdoğan por sus propios intereses políticos en el caso de los refugiados, dándole una vital bombona de oxígeno político que el presidente usa sin límite.
Las próximas elecciones parlamentarias están programadas para 2019, y parece poco probable que la debilitada oposición pueda hacer tambalear el poder del AKP. Sin embargo, nadie debe perder de vista el hecho de que la amplia base que Erdoğan llegó a congregar a su alrededor es cada vez más restringida. Las iniciativas de la oposición para intentar provocar una reacción popular de base que acabe con el actual Gobierno se multiplican, y solamente una marcha comenzada por el líder de la oposición, Kemal Kılıçdaroğlu, en julio de este año, parece haber congregado a una parte del pueblo. Algunos observadores internacionales acusan a Erdoğan de ir improvisando, y afirman que su huida hacia delante acabará en algún momento. Hasta entonces, el inquilino del Complejo Presidencial de Ankara seguirá reformando Turquía a su gusto, esforzándose en pasar del kemalismo al erdoganismo.
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